Al son del río, la Pollera baila

Su génesis tuvo lugar en la Barrancabermeja de los años 50 y 60, en plena efervescencia económica y social. La ciudad, impulsada por la reciente nacionalización de la industria petrolera, vivía una bonanza sin precedentes. El traspaso de la Tropical Oil Company a la estatal Ecopetrol no solo transformó la economía local, sino que avivó el dinamismo comercial y la vida nocturna. Aquel auge petrolero atrajo oleadas de migrantes, generando una atmósfera de prosperidad que se reflejaba en sus calles, en su comercio, en la cadencia de sus noches y en la explosión cultural que daría vida a una de las canciones más importantes de la historia musical del país.
En este contexto surgió La Pollera Colorá, nacida en el corazón de la rumba barranqueña. El Bar Hawai, epicentro de la bohemia de la época, fue el escenario donde la orquesta dirigida por Pedro Salcedo interpretó por primera vez, en 1960, aquella cumbia que iniciaría su camino a la inmortalidad. En un principio, la pieza fue instrumental, compuesta por Juan Bautista Madera Castro, clarinetista de la agrupación y oriundo de Sincé, Sucre. Más tarde, Wilson Choperena, cantante y compositor nacido en Plato, Magdalena, le daría voz y letra con la venia de su creador.
La inspiración, según el propio Madera, provino de una mujer enigmática: Mirna Pineda, alias “La Morena Maravillosa”. Su cadencia y presencia fueron el alma de un ritmo que primero conquistó Barrancabermeja y luego, de forma inesperada, el mundo.


El destino de una leyenda
Antes de su ascenso imparable, La Pollera Colorá fue una joya oculta en el puerto petrolero. En 1960, se grabó una primera versión en la emisora Radio Pipatón y luego, con mayores pretensiones, en un estudio de Medellín. Sin embargo, su alcance seguía siendo local. No fue hasta 1961, cuando Pedro Salcedo viajó a Barranquilla para grabar cinco canciones con el sello Tropical, que el destino de la cumbia cambió para siempre.
Entre las piezas seleccionadas no figuraba La Pollera Colorá. No obstante, un contratiempo técnico obligó a reemplazar una de las canciones planeadas, y fue entonces cuando Juan Madera insistió en incluir su creación. La grabación en 78 RPM, realizada casi por casualidad, se convirtió en la versión definitiva que pronto recorrería el mundo.
Aún faltaba un último giro del destino: el Carnaval de Barranquilla de 1962. Fue en esta fiesta multitudinaria donde La Pollera Colorá encontró su plataforma de consagración. Su impacto fue arrollador, al punto de que, para finales de ese año, todas las orquestas del país la habían sumado a su repertorio. La magnitud de su éxito llevó a Wilson Choperena y Juan Bautista Madera Castro a registrarla oficialmente ante la notaría única de Barrancabermeja el 24 de octubre de 1962.
El sello Tropical, incapaz de imprimir el disco en Barranquilla por falta de maquinaria adecuada, recurrió a los estudios de Discos Fuentes en Medellín. Así, la cumbia barranqueña se convirtió en el primer tema musical colombiano de éxito comercial impreso en vinilo.


Un himno atemporal
Desde entonces, La Pollera Colorá ha sido reinterpretada por innumerables artistas en todo el mundo, consolidándose como una de las canciones colombianas más versionadas de la historia. Orquestas como la de Lucho Bermúdez, estandarte de la música tropical en su tiempo, la incluyeron en sus grabaciones, elevándola aún más en el imaginario popular.
La cumbia y la literatura, dos lenguajes que narran la esencia del Caribe, se entrelazan en la memoria de Colombia. Si en Cien años de soledad, Remedios la Bella asciende en un arrebato de misticismo, en La Pollera Colorá, la negra Soledad danza con su falda en llamas de movimiento y alegría. Ambas, figuras míticas, flotan entre lo terrenal y lo divino, encarnando el alma vibrante de una región donde el tiempo gira en espiral y la historia se escribe con tambor y clarinete.
Porque en Colombia, la memoria no solo se cuenta, sino que se canta y se baila. Y entre el polvo de Macondo y la brisa del Magdalena, La Pollera Colorá sigue girando, tan eterna como el ritmo mismo de nuestra identidad.


Testimonios de un legado vivo
Músicos, historiadores y gestores culturales coinciden en que la protección del patrimonio sonoro es una deuda pendiente. “No podemos permitir que una joya como ‘La Pollera Colorá’ quede en el olvido, sin el reconocimiento que merece”, expresa Samuel Cárdenas, investigador musical y promotor del folclor. Para la historiadora María Fernanda Ruiz, la cumbia no es solo un género, es un archivo vivo de la historia del Caribe: “Es una manifestación del pueblo, de sus luchas y de sus alegrías. Esta canción, como los manuscritos de Melquíades en ‘Cien años de soledad’, guarda el destino de nuestra identidad.”
En los carnavales de Barranquilla y las fiestas patronales de los municipios ribereños, “La Pollera Colorá” sigue marcando el compás de una tradición que se resiste a desvanecerse. Su presencia es tan constante como el fluir del río Magdalena, testigo silencioso de un país que celebra su historia a ritmo de cumbia.